Suele ocurrir que un rayo de luna, un rayo levemento dorado, derramándose, derramándose por entre el misterio del follaje, alcanza la rama donde se acurruca el avecita dormida, y la despierta. No es el alba, como imagina el ave. Pero..., ella canta.
Luego, si el avecilla es lo que se llama un equilibrado y fuerte pajarito, descubre su engaño, hunde otra vez el pico en la tibieza de las plumas y se vuelve a dormir.
No obstante, avecitas hay, inquietas y frágiles, para quienes el rayo de luna tiene un poder de sortilegio. Y tras de cantar, saltan aturdidas y vuelan... Sólo que, como no es el día el que llegó, se pierden pronto en la oscuridad, o se ahogan en un lago iluminado por el pálido rayo de oro, o se rompen el pecho contra las espinas del mismo rosal florido que, horas después, pudo escucharles sus mejores trinos y encender sus más delirantes alegrías.
¿Cuál es el rayo venenoso que despierta alguna almas en la noche, les roba el amanecer y las ahoga en un existencia de tinieblas?
Aquel pájaro que cantó en la noche y no tuvo mañana, una víctima del rayo venenoso que ilumina los corazones antes de tiempo y los lanza en ese vórtice llameante y oscuro, dulce y terrible del amor.
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Es un fragmento de un pequeño libro, cuando lo leí me pareció bello y quise compartirlo con ustedes.
domingo, 24 de agosto de 2008
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