domingo, 24 de agosto de 2008

¿Habéis oído cantar un pájaro en la noche?

Suele ocurrir que un rayo de luna, un rayo levemento dorado, derramándose, derramándose por entre el misterio del follaje, alcanza la rama donde se acurruca el avecita dormida, y la despierta. No es el alba, como imagina el ave. Pero..., ella canta.

Luego, si el avecilla es lo que se llama un equilibrado y fuerte pajarito, descubre su engaño, hunde otra vez el pico en la tibieza de las plumas y se vuelve a dormir.

No obstante, avecitas hay, inquietas y frágiles, para quienes el rayo de luna tiene un poder de sortilegio. Y tras de cantar, saltan aturdidas y vuelan... Sólo que, como no es el día el que llegó, se pierden pronto en la oscuridad, o se ahogan en un lago iluminado por el pálido rayo de oro, o se rompen el pecho contra las espinas del mismo rosal florido que, horas después, pudo escucharles sus mejores trinos y encender sus más delirantes alegrías.

¿Cuál es el rayo venenoso que despierta alguna almas en la noche, les roba el amanecer y las ahoga en un existencia de tinieblas?

Aquel pájaro que cantó en la noche y no tuvo mañana, una víctima del rayo venenoso que ilumina los corazones antes de tiempo y los lanza en ese vórtice llameante y oscuro, dulce y terrible del amor.

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Es un fragmento de un pequeño libro, cuando lo leí me pareció bello y quise compartirlo con ustedes.